A las 7 de la tarde, termina una larga jornada de trabajo, me dispongo a realizar ochenta kilómetros de ida y otros tanto de vuelta para poder ver la película de la que todo el mundo habla en los últimos días, “El discurso del Rey” (Tom Hooper, 2.010). En esos momentos lo único que se me pasa por la cabeza es si valdrán la pena los 160 km y el hecho de acostarse a las 2 de la mañana para despertarse a las 6.
Como conclusión, decir que sí me valió la pena. La película es brillante de principio a fin y en todo momento queda clara la elegancia británica a la hora de hacer cine, lejos de los artificios que otros necesitan para enmascarar sus carencias.
Impresionante Colin Firth, que de un tiempo a esta parte se va convirtiendo en algo digno de recordar y para el que mucho se debería de torcer la suerte para no convertirse en un Academy Award’s Winner.
La historia en cuestión es sencilla, un tipo que tiene que hablar y soltar discursos en todo momento resulta ser un tartamudo integral, lo que no dejaría de ser uno de entre mil casos si no resultase que ese tipo será rey del Imperio Británico. La magistral interpretación de Firth con la perfecta comparsa de Geoffrey Rush, crean una sensación de una extraña mezcla de compasión y lástima.
La película en cuestión, es una mezcla de “El rey y yo” y “El indomable Will Hunting”, pero con una calidad de interpretación sublime y con un toque de humor menos ñoño. Las escenas finales, aún siendo esperadas, consiguen emocionar, en gran parte gracias a la perfecta simbiosis entre la buena interpretación y la mejor selección musical.
No me considero un amante de los discursos grandilocuentes en fríos ambientes monárquicos, pero este sí se puede considerar un BUEN DISCURSO.
Pretenciosamente vuestro;
PITUFO FILÓSOFO
1 comentarios:
No me daba decidido a ir al cine a verla, porque no tengo ninguna víctima que me acompañe. Igual me animo gracias al artículo.
Publicar un comentario